marzo 05, 2003
Amanecí con ganas (muchas ganas) de usar el término averroísta. No por Averroes, hispano-musulmán al que no entiendo, me vale el tipo. Sino por el jaloneo ardiente de la palabra. Un remate averroísta: el gol furibundo que Diego Tristán encajó de venticinco metros, una tarde de sólida niebla, a equis club italiano. O los tiros libres de Reynaldo Gualdini en la década 1980, que calentaban el nylon de las porterías y provocaban epilepsia a los niños, chanfle averroísta. Busco más esquineros para montar la rabiosa palabra cuando pasa un taxi destilando "Qué será de ti" de Roberto Carlos, a volumen contagioso. Balada averroísta:
Ven
que el tiempo corre y nos separa
la vida nos está dejando atrás.
La tragedia que vivieron los médicos del Solarum, el famoso hospital de Mildly Bay, Massachusets, es un hito en el fenómeno paranormal, que jamás me ha interesado pero es averroísta por definición (No te doy la definición de averroísmo) (sal y búscala) (después vuelve, o no sabrás lo que pasó en el Solarum) (si la conoces, bienvenido, pero qué haces por aquí, lee cosas de provecho). De todas las voces que recogió la prensa, guardé la declaración de una enfermera, transcrita en el excelente diario virtual Sobreviviente Reich. En resumen:
"El director del hospital nos preparó para esa operación, en verdad lo hizo. (...) Nos dijo que nadie, ninguna institución, había sido tan intrépida en cirugías intestinales de lente abierto, sin contar la técnica experimental de cruce de aldehídos de Vandyke, claro está. Teníamos mucha espectativa, eso sería el futuro, pero... no fue así. Cuando vimos al hombrecillo salir del hígado del paciente, como un ratón sale de su agujero, y vimos que sacó una manta (que aún no hemos descifrado del todo, no es sencillo) supusimos lo peor. El paciente no corría peligro, pero estábamos ante un hecho medieval. Medieval, me entiende usted. Lo que dijeron Alain de Lille y San Buenaventura en sus tratados de Fisiología, que hoy se estudian de mala gana: ellos creían que el hígado, y no el corazón, era el centro del sistema circulatorio. Buenaventura escribió que vio el hígado de varios enfermos bombear la sangre. Nunca mencionó al corazón. Creo que el hombrecillo nos pedía auxilio, aunque mis compañeros tienen su opinión. Lo sueño desde entonces. Aquello fue... esa noche... oh... no podíamos creerlo."
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